jueves, 16 de febrero de 2012

Elocuencia

Estaba allí, con esa mirada tan fría y austera, tan penetrante y frívola, como sabiendo todo, como escudriñando cada fuero más íntimo de mi ser. No recuerdo haber visto tal profundidad en los ojos de alguien desde hacía mucho tiempo, y sin embargo, allí estaba, clavando sus dilatadas pupilas en lo más profundo de mi. Hacía mucho tiempo que veía esos ojos a diario, más nunca me vieron como esa vez, nunca con tal intensidad, con tanta claridad, con la convicción de quien lo sabe,  que busca y encuentra, que comprende,  que sabe. 

Esa mañana inadvertidamente sus ojos me lo dijeron todo, lo sabía, finalmente lo sabía, y eso cambió por completo su mirar, su profundidad, su alcance, su respirar. Quizás siempre había estado allí, quizás fue esa precisa mañana, la verdad no lo sé, la verdad nunca lo sabré, solo se que esa mañana estaba allí, ese brillo que solamente la luz del deseo puede encender, ese anhelo implacable que mueve tan solo a unos cuantos, que nace en todos pero solo arde en algunos. Y allí justo enfrente de mi, ardía. Ardía tanto que me contagiaba, que me hacía desear arder también, me atraía. ¿Todo esto con una sola mirada? Quizás siempre lo supe pero jamás me di cuenta, tal vez siempre lo había visto pero nunca me había dado cuenta. No lo sé, la verdad nunca lo sabré, pero estaba allí.

Esa mañana estaba allí, justo frente al espejo, estaba yo.

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