lunes, 13 de enero de 2014

Cambio I

No es bueno que el hombre esté solo. Eso me decía mi abuelita cuando era pequeño. Cuando crecí, un amigo me contó que no era un dicho popular, sino que estaba en la biblia. No es bueno que el hombre esté solo. 

Nunca entendí aquello. Quizá en algunas noches de mi niñez o durante mi estadía en mi EPS en el altiplano del país me sentí solo, como aislado del mundo, como abstraído de mi realidad. Pero nunca estuve solo. 

La soledad es un estado psicológico, quizá un tanto melancólico, quizá un tanto antisocial, o quizá un tanto romántico. 

Aquellas palabras habían marcado mi vida sin siquiera yo saberlo. No es bueno que el hombre esté solo. Pero ¿qué era no estar solo?  Lo contrario de estar solo tal vez. Pero, ¿solo como cuando mis amigos me dejaron en aquel bar sin dinero para el taxi? ¿O como la vez que mis hermanos se fueron de paseo y yo me quedé en la casa terminando un trabajo del colegio? 

Desde pequeño me acostumbre a vivir entre mucha gente. Soy el tercero de 4 hermanos, así que mi casa siempre estaba llena de ruidos y desorden. Por si eso no fuera poco para mi pobre mamá (lidear con 5 hombres en la casa no es tarea fácil), cada fin de semana se aparecía por la casa algún tío nuevo con sus 3 o 4 hijos. Creo que al menos había un cumpleaños en la familia cada dos semanas.

Así que pensé que soledad era simplemente la ausencia de ese bullicio. La soledad de una biblioteca. La soledad de la playa en invierno. La soledad del parque a media noche. 

Fui creciendo y finalmente entré a medicina. Tradición o negocio familiar, ya no se bien. Y allí también estuve rodeado de mucha gente. Gente parecida a mí. Entramos con los mismos ideales, los mismos sueños, todos esos clichés que salen en las novelas, quiero ayudar a los pobres, quiero sanar a los niños con desnutrición, quiero encontrar la cura al cáncer, quiero ayudar a la gente más necesitada.

Al par de años, tanto la mitad de la gente que había ingresado a la carrera como la mitad de aquellos sueños habían desaparecido. Ya al tercer año, la cosa comenzaba a ser de supervivencia y no de altruismo. Ya no éramos tan sociales como antes, no pasábamos tanto tiempo con la familia, ya no venían a visitar los primos tan a menudo, ya en la casa solo quedábamos mi hermano mayor y yo, los otros dos ya habían hecho su nido en otro lugar. Ya casi no habían cumpleaños familiares, se habían vuelto solamente llamadas de celular, un mensaje de texto de muchos años más, y alguna que otra tarjeta por internet. 

No es bueno que el hombre esté solo. Ya para esta época mi abuelita había muerto, pero sus palabras nunca dejaron de resonar en mí. A pesar de todo, yo siempre buscaba de estar con mis amigos y con mi familia. Buscar a alguien para estudiar juntos, a otro para medio almorzar, a alguien más para ir a supermercado, y alguno que otro para ir al cine. 

Pensé que el estar solo era algún tipo de catalizador psicológico. Es sabido que la falta de interacción social produce esquizofrenia, paranoia y demás enfermedades mentales, así que por allí fue mi manera de comprender esa frase, no es bueno que el hombre esté solo. Quizá esta sabiduría popular era explicada por la ciencia moderna a través de estas enfermedades. 

En mi año de EPS, viajé al altiplano del país a hacer mi práctica médica. Estaba muy emocionado. Finalmente había una oportunidad real de revivir esos sueños con los que entré a la facultad de medicina. 

El primer mes fue emocionante y de descubrimiento. Nunca había estado en esa región del país. Era totalmente diferente a la ciudad en la que había crecido. El aire era más puro, había verde para donde quiera que viera. Y por primera vez en mucho tiempo experimenté lo que era estar en paz. 

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