Creer, sentir, saber.
La Santísima Trinidad del ser humano,
a veces antagonista,
a veces ilusa,
a veces pesada,
y veces sumisa.
Tan sumisa que se crea el delirio,
se niegan los sentidos,
y se pierde el apetito.
Tan pesada que duele la espalda,
se hinchan los dedos,
y se saltan los ojos.
Tan ilusa que duele la cabeza,
se acelera el pulso,
y se revuelve el estómago.
Tan antagonista que duele el cuerpo,
tiemblan las manos
y da náuseas.
Creer y pensar,
sentir e intuir,
saber y conocer.
Se cree y se piensa con la mente y la razón,
la lógica lo dicta todo,
y no existe la emoción.
Se siente y se intuye con el cuerpo y la emoción,
la pasión no se entiende,
y no existe la razón.
Se sabe y se conoce con el espíritu y el corazón,
la fe mueve montañas,
y no existe la desilusión.
Desde jóvenes caemos en la trampa inicial,
de tan solo pensar y creer,
de la lógica y la razón,
de la negación.
Luego caemos en la trampa temporal,
de tan solo sentir e intuir,
del sentimiento y la pasión,
de la afirmación.
Por último caemos en la trampa final,
de saber y conocer,
del conocimiento y la clasificación,
de la introspección.
Son trampas si no se combinan,
tres sentidos para vivir la vida,
y si alguno se olvida,
se le pierde sentido a la vida.
La trampa de la razón,
del pasado y del futuro,
de la ansiedad y la depresión.
La trampa de la pasión,
del presente oportuno,
del egocentrismo y la percepción.
La trampa de la introspección,
de lo trascendente y profundo,
del ideal y la ilusión.
Creer y sentir nos conectan al tiempo,
al pasado y al futuro,
al presente,
pero no son nada sin motivación,
sin la trascendencia del espíritu,
sin la introspección.
El saber le da sentido al tiempo,
el creer, a los recuerdos y a la planificación,
el sentir, al momento y a la liberación.
El reto es conjugar los tres,
evitar la oposicíon,
de la Santísima Trinidad,
de pensamiento, conocimiento y emoción.
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