domingo, 7 de septiembre de 2014

Absoluto

Diez minutos. Por tan solo diez minutos. Dos mundos distintos, tan extraños, tan distantes, tan inmensamente lejanos. Por solo diez minutos. Eramos tan solo el Yin y el Yang, como la noche al día, como la paz y la anarquía. Tan solo diez minutos. 

Como si el ajedrecista supremo nos hubiera colocado como figuras opuestas en la cuadricula blanqui-negra del destino. Así terminamos adyacentes, por diez minutos. Como el ciego hablándole al sordo, como el cielo tocando al infierno, como el fuego abrazando al hielo. Así estuvimos, por diez minutos. 

Por esos azares del camino, por esas bromas de la existencia, por esa explicación vacía, se formó un camino entre las dos caras de la moneda, entre el mar y la tierra, entre lo imposible y lo inevitable, entre lo impensable.

Por diez minutos pude ver ese puente en sus ojos, pude acariciar con la mente sus facciones, pude liberar los cerrojos. Por diez minutos pude contemplar mi tierra en sus pupilas de cielo, mi verano en su mirada de invierno, mi lluvia en su desierto, pude ver mi reflejo. 

Perderme en su mirada, perderse en mis palabras, pudimos abrazar lo absurdo, cantarle a la nada, pudimos tocar el silencio de una mirada. 


Por diez minutos ya nada existía, solo su atención, tan solo su mirada. Por diez minutos tan solo yo existía, por diez minutos ella fue tan solo mía.